El enésimo enfrentamiento entre el presidente López Obrador y quienes no coinciden con él, con su forma de gobernar y con su visión de país, ha llevado la atención de muchos en Tamaulipas hacia el escenario nacional y lo que algunos llaman ya “la guerra de las marchas”.

La manifestación de quienes piensan distinto a él, hace más de una semana, hirió el orgullo de Andrés Manuel, quien -menospreciando la fuerza ciudadana detrás de esa marcha- decidió que era momento de regresar a algo que caracterizó a la oposición en los años 90: La calle como escenario de sus protestas pacíficas para demostrar la fortaleza cívica, en temas en los cuales era necesario que soltara el gobierno en turno.

Por eso la marcha que el presidente anunció para el domingo 27 tiene muchas reminiscencias del pasado, pero paradójicamente son cosas que se vuelven contra el propio López Obrador porque ahora él está en la posición que hace 30 años criticó. Ironías de la vida, ¿no?

Creo que, sin soslayar el impacto que tendrá en la opinión pública la marcha multitudinaria que organizarán a la vieja usanza Andrés Manuel y todos sus cófrades, el mensaje real debemos verlo en la lamentable polarización que se sigue alentando en el país, lo mismo desde el poder que desde esa oposición heterogénea que no se circunscribe a los partidos.

El encontronazo de las narrativas -la oficial y la opositora-, ha provocado una herida más profunda en la división de dos grandes bandos que Andrés Manuel se ha esmerado en cultivar, después de sembrar la semilla de la intolerancia a las divergencias. Luego de regar generosamente con rabia las diferencias y de procurar el crecimiento de esa planta de frutos amargos, venenosos, que es la división social.

Sé que a muchos no les agrada esto ni compartirán mi opinión, que a final de cuentas es eso: Mi opinión, mi percepción. Entiendo, reconozco y respeto las diferencias y por lo mismo, me atrevo a sostener y argumentar las mías.

Sigo pensando que la polarización social nos lleva a un callejón sin salida. Que no debemos permitir que se fortalezca la intolerancia a la diversidad de opinión; que es errónea y absurda la premisa de “si no estás conmigo estás contra mí”. Creo que la convicción de que “si no apoyas la transformación eres conservador, fifi, corrupto, enemigo del pueblo bueno”, como lo sostienen quienes ahora detentan el poder, es una clarísima muestra de arrogancia y de soberbia.

La guerra de las marchas, como algunos le dicen ya, nos lleva justamente a una ruta hacia el pasado. Hace años, muchos, me tocó ser testigo de primera mano de muchas de esas manifestaciones. De cómo el sentido ciudadano fue despertando y ganando terreno cuando el PRIato dominaba el escenario político del país.

Conocí, reconocí, aprendí algunas cosas, admiro y y guardo profundo aprecio por no pocos ciudadanos que asumieron un rol protagónico en esa lucha cívica por ganar espacios desde la izquierda, la derecha o el centro, que le fueron quitando espacios al poder en turno a punta de marchas, manifestaciones, desplegados periodísticos, participaciones en procesos electorales, iniciativas para que se generaran reglas de competencia más justas y por supuesto, para que el gobierno dejara de meter las manos en las elecciones.

Por eso me parece que como los tiempos van cambiando, la sociedad debe ajustar sus estándares, pero sin sacrificar los principios básicos que dan origen a esta lucha. Recuerdo con cariño, admiración y respeto -como el que le tengo a pocos políticos- al Dr. Salvador Nava Martínez, un potosino que hablaba de su posición irreductible ante el poder omnipresente del PRI, en los años 90.

Ese ejemplo de valor cívico ayudó a López Obrador en su inspiración para ir moldeando la figura que con los años concentró la atención y el apoyo popular que hasta 2018 le llevó a la Presidencia. Pero Andrés Manuel no es Salvador Nava, lamentablemente.

Nava no creía en la polarización, pero sí en contrastar las conductas y las convicciones particulares de los privilegiados y los ciudadanos comunes. Nava no alentaba el linchamiento de los que pensaban diferente. Tampoco quería llegar al poder por capricho personal.

“No se trata del quítate tú para ponerme yo”, me dijo varias veces en su campaña por la gubernatura potosina en 1991. Eso mismo me lo repitió doña Conchita, tiempo después, también en su intento por continuar la aventura de su esposo, para entonces fallecido.

Por eso creo que, a diferencia de esos años, la marcha que ahora propuso y seguramente encabezará el presidente en unos días, tiene como objeto querer mostrar su músculo político, pero al mismo tiempo, lo dimensiona tal como es: Un político de carrera, con visión de opositor y enemigo a todo lo que crea distinto a su forma de pensar.

Lo reduce a un simple actor con ansias protagónicas de seguir siendo el centro de atención, pero olvidando que es más que eso, que su responsabilidad suprema no está en ser la figura del caudillo, del salvador de todos. Ahora es el Presidente de todos y por tanto, sin paternalismos pero también sin irresponsabilidad, debe actuar en consecuencia.

Es el líder de un movimiento de masas equivalente a un 30% de los habitantes de este país, no un dirigente opositor de los años 90.

Ojalá que alguien le dijera cuál es la enorme diferencia y por lo tanto la dimensión de su error de apreciación, pero mejor aún: ojalá Andrés Manuel lo escuchara y emprendiera una verdadera marcha democrática por amor a su país, una con visión de futuro, no hacia el pasado.

abarloventotam@gmail.com

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí