La celebración por el bicentenario de la fundación de Tampico, fue el punto de encuentro entre generaciones que en el último medio siglo han delineado el carácter y rumbo de la ciudad.
Una nueva realidad política en lo nacional y estatal no alcanza a impactar profundamente la vida en el puerto -los de ayer son los de hoy, simplemente-, pero ayuda a entender por qué Tampico es más grande que la coyuntura actual.
Como en años anteriores, el festejo reunió a parte de la llamada clase política que siempre quiere estar presente, pero como antes, también a un amplio sector de la sociedad civil y del sector privado aparecieron de nuevo en escena.
A diferencia de lo que hicieron en algún momento Eugenio, Egidio y Cabeza de Vaca, quienes hicieron la tradicional caminata desde la Plaza de los Fundadores hasta la Plaza de Armas, ayer los Alcaldes de Tampico y Altamira no fueron acompañados más que por sus regidores. En política, la cortesía cuenta y dice mucho.
En la ceremonia, el gobierno municipal entregó la medalla al mérito ciudadano “Fray Andrés de Olmos” al empresario Carlos Lisandro Dorantes del Rosal, por su contribución al progreso de la ciudad desde el ámbito educativo, con acciones sociales y con diversos proyectos como el Museo del Automóvil o su labor como rotario.
Más allá de eso, se notó la convivencia armónica de personajes que tienen mucho en común: Del pasado al presente y algunos con intereses por el futuro político.
Casi todos los exAlcaldes que siguen con vida, asistieron al evento efectuado en la Plaza de Armas: Diego Alonso Hinojosa, Gustavo Rodolfo Torres Salinas, María Magdalena Peraza. Hasta Fernando Azcárraga.
La celebración por la fecha histórica fue sobria y al mismo tiempo, festiva. Una cosa no está reñida con la otra.
Desde recordar los orígenes de la fundación hasta los esfuerzos de los tampiqueños para sobreponerse a las dificultades provocadas por los desastres naturales, por temas de salud, económicos o de seguridad, el recuento hizo reafirmar el orgullo de los habitantes de esta ciudad.
Y mientras, entre un discurso y otro, las porras, las miradas, las sonrisas, los abrazos y los buenos deseos de los que se encontraron. Las miradas y gestos de amor filial entre Américo, el gobernador y Mónica, su hermana la regidora.
Los aplausos, las felicitaciones, las fotos. La búsqueda de una silla al principio y de un lugar con sombra después.
Nadie se preocupó por hurgar más profundo en las motivaciones comerciales o de poder que dieron origen a la ciudad. La ausencia de autocrítica no empañó el festejo.
La ceremonia oficial por el bicentenario de la fundación de Tampico fue, como siempre, emotiva, punto de encuentro para reafirmar el orgullo de quienes aquí viven y trabajan sin importar si quien gobierna es hoy de un color o de otro.
Lo que es claro, incuestionable, es que la fecha histórica no pasó desapercibida y que de aquí hacia adelante, todo lo que venga será producto del esfuerzo, de la planeación y de no perder de vista que Tampico no se caracteriza por lo radical, por el espíritu destructor, por la polarización social.
No por la confrontación estéril e irracional y sí, en cambio, por la prudencia, la visión de largo plazo y el afán productivo.
Y más que los colores o de que los de ayer regresaron con otra piel pero la misma esencia, Tampico tiene que ver hacia adelante con una idea clara de que no se puede perder lo avanzado.
Finalmente, la transformación de la ciudad es constante y no está supeditada a personajes en particular, sino a la colectividad.
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