Para muchos opositores a Morena y a López Obrador, el proceso interno que realiza el partido es una muestra de que se actúa como en los viejos tiempos del PRIato: Con soberbia por el poder omnímodo que concentraba el presidente, pero también en los límites de una ilegalidad apenas disimulada con retórica y subterfugios jurídicos.
Lo que se vive en Morena es la reedición de lo que pasaba en el PRI todopoderoso del siglo pasado, cuando el presidente en turno decidía con antelación a quién designaría como su sucesor, pero debía cumplir las formas para no romper con lo políticamente correcto, que entonces y ahora siguen demandando el cumplimiento de la ley y de las reglas de competencia equitativa.
La última pasarela de aspirantes presidenciales del antigüo régimen fue en 1987, cuando compitieron varios personajes que representaban tanto al viejo priísmo que se fundaba en los principios revolucionarios, nacionalistas, paternalistas y antidemocráticos que caracterizaron al tricolor. Los otros, los que ganaron la competencia por la candidatura presidencial con Carlos Salinas de Gortari a la cabeza, fueron catalogados por el rancio priísmo como neoliberales.
Ese antecedente sirve para tratar de entender cómo ahora, más de 35 años después, Andrés Manuel reedita los métodos del PRI y manda a competir abiertamente a varios de los personajes que son considerados con las posibilidades para relevarlo, previa designación de quien toma las decisiones.
Como antes, cuando la “cargada” inclinaba la balanza de los apoyos en favor de determinado aspirante, ahora sucede lo mismo, aunque con formas que matizan un poco la decisión unilateral, personalísima y egocéntrica que permite el presidencialismo restaurado de antaño.
Antes eran los sectores que integraban el PRI, como los sectores campesino, popular y obrero. Hoy, son los gobernadores, senadores, diputados y grupos afines quienes juegan ese papel ante un partido que es reflejo de la autoridad de un solo hombre. Sí, como antes.
Lo que los opositores a Morena y a Andrés Manuel, así como especialistas en el tema han dicho, es que el proceso interno de Morena es ilegal o al menos, raya en los límites de lo permitido por la ley.
También, que es inequitativo, porque siendo algo interno se muestra y se desarrolla públicamente, enviando mensajes, instalando una narrativa y haciendo masivo lo que tendría que ser estrictamente dirigido a los militantes y simpatizantes del partido.
Aún con justificaciones jurídicas o con un discurso en el que sobresalen los calificativos favoritos de Andrés Manuel hacia quien no coincida con lo que hace, solamente fortalece las versiones que hablan de la presunta ilegalidad de las actividades que realizarán las “corcholatas”.
Lo que alentó Andrés Manuel dentro de Morena impacta en los tiempos de la oposición, tanto la partidista como de la sociedad civil y de sus adversarios en la academia y el sector privado, porque deberán hacer lo necesario para no estar en una desventaja mayor ante la descarada promoción de los aspirantes morenistas.
Por un lado, los adversarios de López Obrador, de Morena y de la Cuatroté en general sostienen que el proceso interno es ilegal e inequitativo con todos los demás aspirantes de los partidos registrados.
Por otra parte, dentro del partido oficial se rechaza esta especie y se sostiene que es una muestra de los nuevos tiempos, de la apertura y de una competencia transparente.
Ambos grupos, amplios diversos, pueden tener algo de razón, pero cuando se observa con objetividad, con prudencia y con la mira puesta en la ley, creo que definitivamente no puede permitir más en este país regresar a lo que tanto daño hizo a la sociedad, a la cultura política y a la formación de ciudadanos bajo los “principios” que movieron siempre al viejo y soberbio PRI.
Lo que va a suceder es lo mismo que antes: Nada. Morena sacará a su candidato o candidata -como Andrés Manuel lo ha planeado-, sin que haya fracturas graves, sin que existan lo que eufemísticamente algunos denominan “escurrimientos”, que no es otra cosa que las deserciones para irse a otros institutos políticos.
Nada sucederá fuera del guion prestablecido e infortunadamente, si no pasa algo extraordinario estaremos ante un escenario en el que el Morenato continuará al menos otros seis años en el país, hasta que termine el siguiente sexenio, hasta que el país aguante o hasta que se desgaste el modelo político y económico de la Cuatroté. Lo que ocurra primero.
ESCOTILLA
Con la designación de Luisa María Alcalde Luján como nueva secretaria de Gobernación, el Presidente López Obrador avanza en el proceso para concretar lo que llama relevo generacional de la Cuatroté. También, es una suerte de mensaje de que es un momento ideal para que más mujeres ocupen lugares preponderantes en la vida pública del país, más allá de lo políticamente correcto.
La nueva responsable de la política interior y la gobernabilidad del país tiene 35 años y hasta ayer había sido una secretaria del Trabajo discreta. Es hija de Bertha Luján, quien fue presidenta del Consejo Nacional de Morena desde su fundación. Su padre es Arturo Alcalde Justiniani, un abogado especializado en temas de derecho laboral, ampliamente conocido en el ámbito sindical. Ambos son seguidores de López Obrador.
La llegada de Luisa María a Gobernación perfila que el proceso electoral de 2024 tenga el sello de quienes son considerados “duros” dentro del círculo cercano a Andrés Manuel y sus ideas de que la Cuatroté debe seguir.
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