Lo sucedido esta semana en el Congreso nos confirma por qué muchos ciudadanos prefieren abstenerse en cada elección, antes que darle un voto a candidatos que ofrecen legislar para que mejoren las condiciones de vida de la gente, pero en realidad solo van a hacer politiquería barata.

Entre lunes y martes, integrantes de las fracciones parlamentarias del PAN y Morena se enfrascaron en un enfrentamiento verbal que llegó casi a los golpes, al grado de que el presidente de la Junta de Coordinación Política (Jucopo), Félix “Moyo” García Aguilar tuvo que solicitar el apoyo de la fuerza pública para tratar de contener los ímpetus y evitar posibles situaciones de violencia física.

Si esto hubiera ocurrido en cualquier otro sitio o escenario, no sorprendería demasiado porque las pasiones humanas siempre se desbordan, porque la polarización política que vivimos en Tamaulipas es tal, que no es impensable que haya conflictos verbales y hasta físicos entre los partidarios más fanatizados de uno u otro partido o candidato.

Pero pasó en el Congreso, en donde hipotéticamente están ejerciendo una función hombres y mujeres con una aceptable preparación académica, con un nivel de educación y respeto por los demás que debería ser superior al promedio y especialmente, con una preparación de vida que les permita tener tolerancia, habilidad política, facilidad para el diálogo y los acuerdos. Pero no, en realidad es diferente.

El lunes, por ejemplo, los diputados locales nos regalaron una muestra más del bajo nivel político que tienen, de su falta de compromiso con los ciudadanos y de su afán por privilegiar los objetivos de los partidos o los personajes que los postularon y ayudaron a llegar a esas posiciones.

A principios de semana se generó una fuerte discusión entre los legisladores panistas y morenistas que pelean el control del Congreso, ante la próxima llegada del gobernador Américo Villarreal Anaya, una vez que asuma el cargo el 1 de octubre. Los de Morena quieren recuperar la presidencia de la Jucopo, que perdieron hace unos pocos meses después de que un cisma al interior de esa bancada les hizo quedarse sin la mayoría legislativa.

Los panistas quieren modificar la ley interna para protegerse y evitar que sea cambiada la presidencia de la Junta de Coordinación Política con la llegada del nuevo gobernador morenista y los previsibles ánimos encendidos de ansias de revancha de los diputados de ese partido. Obviamente, para los integrantes del partido del Presidente es una prioridad impulsar cambios que les permitan recuperar el Congreso y ponerlo -cómo de que no-, en una alineación perfecta con los objetivos de la Cuatroté antes que de los ciudadanos.

El caso es que entre los jaloneos verbales y los empujones físicos transcurrió la sesión del lunes, al grado de que “Moyo” tuvo que pedir la intervención de la fuerza pública y por eso llegaron los policías estatales al recinto, situación que los morenistas consideraron una violación a la soberanía del Poder Legislativo. Ante la imposibilidad de realizar la sesión, los panistas convocaron a una nueva este martes, pero se encontraron con que los morenistas habían “clausurado” el salón de sesiones, colocaron mantas y pusieron cadenas a los accesos al sitio de trabajo legislativo.

Les decía que si bien no sorprende que esto ocurra porque hay antecedentes de que varios de los miembros de la actual Legislatura tienen más un perfil de rijosos que de diputados, llama la atención que se exhiba de manera tan descarada un interés puramente político, partidista, en la intentona de los dos grandes bandos que quieren retener o recuperar el control del Congreso.

Ambos grupos lo hacen con evidente intención de colocar al servicio tanto del gobernador saliente como del entrante el Poder Legislativo, con su mayoría, con sus recursos y con el poder institucional -al menos en el papel-, que tiene el Congreso.

Los espectáculos como los de esta semana no terminan por acostumbrarnos a ver cómo protagonizan riñas verbales, se amenazan, se insultan y se muestran con un bajísimo nivel de habilidad política. Y es casi general esta condición.

No todas y todos los diputados son así, pues hay quienes como decía, cuentan con una formación académica, con una educación de vida y con un nivel de sensibilidad tal que les facilita conducirse de manera propia en estas situaciones.

Ante este y otros hechos, bien vale la pena preguntarse si estos son los diputados que merecen los tamaulipecos. Si por estas personas rijosas votaron muchos. O si por estos perfiles de gente que antepone los intereses partidistas y de grupo se inclinaron los ciudadanos cuando fueron a votar para cambiar las cosas.

En lo personal, me parece una decepción porque en la inmensa mayoría ha demostrado incapacidad para ejercer la responsabilidad que se les dio en las urnas, porque hay de todo: Desde aquel que siempre perdió elecciones y salió ganando hasta que lo desplazaron de uno de esos nuevos partidos satélites, hasta la que es acusada de pedir dinero alterando facturas. O las y los que llegaron ahí por compromisos con grupos de poder de la frontera, con algunos Alcaldes o simplemente, porque como eran en otros partidos, han sido muy buenos trepadores en la escalera del poder.

De todos, como se dice coloquialmente, se hacen pocos, muy pocos. Y todavía les faltan poco más de dos años.

ESCOTILLA

La construcción de un nuevo régimen, como lo buscará Américo Villarreal, pasa por un necesario proceso de formación de cuadros emergentes del partido, una evaluación de quienes son tóxicos y es mejor mantenerlos lo más lejos posible y además, por el cumplimiento de los compromisos con los ciudadanos.

El número de votos obtenidos en los comicios del día 5 es quizá el recordatorio más grande de que las cosas tendrán que hacerse más que bien desde el principio. A la vez, seguramente será la motivación principal del ahora gobernador electo para cumplirle a quienes confiaron en él.

abarloventotam@gmail.com

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