Al caer la tarde, mientras el sol filtraba sus rayos por una ventana del comedor y los comensales ya estaban en la charla de sobremesa, Egidio Torre Cantú lo confesó. Pero su voz sin matices no correspondió a lo que quiso transmitir.

Era el 13 de septiembre de 2016 y en sus últimas semanas como gobernador por un malhadado azar, Egidio reconoció ante un reducido grupo de personas que se arrepintió de haber permitido -y hasta alentado con su indolencia- la exhibición pública del ex Alcalde de Tampico, Oscar Pérez Inguanzo tras su detención en 2011. A Oscar lo acusaron de haber cometido varios presuntos delitos cuando fue Presidente Municipal de Tampico de 2007 a 2010.

Muchas historias se tejieron en torno a los motivos que realmente estuvieron detrás de las acciones legales que el gobierno de Egidio emprendió contra Pérez Inguanzo. Desde su presunto interés en querer forzar su designación como candidato del PRI a la gubernatura, hasta un hipotético desaire a su hermano, el asesinado candidato Rodolfo Torre Cantú.

Perdida en la bruma de las especulaciones, los rumores y las versiones falsas, la verdadera razón fue maquillada por las denuncias presentadas por la Comisión de Vigilancia de Congreso, que en ese entonces presidía el diputado priísta Gustavo Torres Salinas, quien dos años más tarde llegaría a la Alcaldía porteña. En política, dicen los que saben, no hay casualidades. A eso siguió toda una trama en la que Oscar fue el centro de todo, teniendo que enfrentar episodios durísimos. Al final, ganó al ser absuelto de todos los delitos de los que se le acusó, pero esa es una historia diferente.

Volviendo al inicio del relato, Egidio confesó que si de algo se había arrepentido durante su gobierno, fue de haber permitido que a Pérez Inguanzo se le exhibiera públicamente como si fuera un delincuente confeso. La Procuraduría General de Justicia permitió que se le fotografiara tras las rejas en la cárcel preventiva de Ciudad Madero, esposado en la caja de una patrulla de la Policía Ministerial, mientras era llevado al juzgado y en numerosas diligencias, violando así sus derechos humanos y su presunción de inocencia. Se le paseó y exhibió como si fuera un animal de circo, literalmente.

La confesión tardía de Torre Cantú se dio en el contexto de una charla que sostuvo con un grupo de periodistas, columnistas capitalinos la mayoría. Nadie me lo contó, ahí estuve en uno de los extremos de la mesa. Los subordinados de su vocero habían hecho la invitación a comer con el mandatario en Casa de Gobierno. Tras los alimentos y llegado el tiempo del café, varios preguntaron a Egidio por momentos que consideraron importantes para su gobierno. Yo solo observaba y escuchaba. Tomaba nota mental y me guardaba las opiniones, desconfiado como siempre fui del principal beneficiario del asesinato de Rodolfo.

El gris gobernador saliente de entonces habló de varios episodios: Del asesinato de su hermano el candidato y gracias a lo cual se convirtió en gobernador; de los sospechosos de no haber partido con Rodolfo en la caravana vehicular; de los rumores sobre los presuntos responsables intelectuales y materiales; de su actitud al no insistir en la exigencia de una solución a las autoridades federales y así se siguió con varios temas.

Con esa mirada que siempre tuvo, con el aire de desconfianza que proyectaba y con su ciega devoción por los consejos que le daban sus poquísimos cercanos, Torre Cantú quiso convencer de que estaba verdaderamente arrepentido de lo que se hizo con el ex Alcalde porteño. Pero ni una palabra que mostrara su intención de disculparse públicamente, ni una señal de que mostrara intenciones de ayudar a limpiar el nombre del detenido, exhibido y presentado como delincuente.

La confesión de parte que hizo Egidio sorprendió a algunos de los presentes, sobre todo porque como dijo uno de ellos, el entonces gobernador no era del tipo de personas que se caracterizara por la humildad, la sencillez o la autocrítica. Parece que es un mal de muchos cuando llegan al poder.

Ese día en la Casa de Gobierno, los asistentes degustaron un menú compuesto por pasta pomodoro con camarones, filete de res acompañado por crepas de chicharrón de cerdo, frijoles y guacamole. De postre, tiramisú. Y café, por supuesto. Tinto o tequila, para quien quisiera al final.

En la larga mesa, Egidio, su inseparable y poderoso vocero Guillermo Martínez y menos de una decena de periodistas, principalmente de la capital, aunque había del norte y del sur. En su monótona voz, Torre Cantú sí alcanzaba a proyectar tranquilidad porque se había estado reuniendo con el gobernador electo Francisco García Cabeza de Vaca, con quien parecía tener buenas migas y hasta parecía feliz de que el panista le hubiera ganado al PRI, su partido.

Fue en ese mismo encuentro en el que salió a relucir su inconformidad apenas disimulada por la imposición de Baltazar Hinojosa como candidato del PRI a la gubernatura. “Me mandaron un paquetito de la Ciudad de México, me lo vendieron como lo máximo, pero cuando lo abrimos…estaba vacío”, dijo y enseguida se soltaron varias risas.

Entendí por qué estaba tranquilo tras sus encuentros con Cabeza de Vaca. Comprendí por qué no le preocupaba que su partido hubiera perdido el gobierno tras más de 80 años de hegemonía. Fue cuando me quedó claro que ese hombre que llegó al gobierno estatal como beneficiario de una tragedia personal, difícilmente sentía lo que había dicho sobre su arrepentimiento.

Hoy justamente hace 6 años de eso. Egidio se fue y nunca lo molestaron, a pesar de que en torno a su gobierno hubo siempre sospechas y acusaciones no probadas. Solamente un pequeño puñado de exfuncionarios pisó la cárcel. No hubo una investigación, una sola, en contra de Egidio. Es más, al ex gobernador no solo no se le molestó en el sexenio que ahora agoniza: En algunos momentos se le consideró parte de un proyecto común. Cosas de la política, de los intereses, de las conveniencias, de los pactos inconfesables.

Apenas recuerdo lo que pasó al salir de la reunión, en donde como un gesto de fría cortesía, Egidio me saludó como a los demás con un apretón de manos y un abrazo. En mi caso, dijo un “Hasta que te conozco. Gracias por venir”, sin saber que estuve ahí como asistente emergente, sin deseos de hacerlo, porque mi jefe en turno no quiso acudir. ¿El motivo? Otra vez, cosas de la política, de los intereses y de las conveniencias. Eran los tiempos, dirían otros.

abarlventotam@gmail.com

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