Para quien haya visto y vivido -así sea tangencialmente– las luchas de la oposición hasta antes de la primera alternancia política en la Presidencia de la República, lo que ha sucedido en las últimas semanas es lo impensable que se hizo realidad.
Una mayoría artificial del oficialismo mediante argucias legales, el empoderamiento de representantes de lo más rancio del viejo régimen -Ricardo Monreal, por ejemplo-; el otorgamiento de cuotas de poder a individuo radical -aunque pertenezca a la misma causa- como es el caso de Gerardo Fernández Noroña y también, la apropiación de los demás Poderes de la Unión, rompiendo con lo que dictan los principios y el espíritu de los demócratas, son cosas que solamente los más extremistas opositores imaginaron.
Eso ha pasado, eso se vive y es lo que se podrá ver en los siguientes seis años, si no cambia la dinámica en la relación de los tres poderes, a juicio de quienes han observado de manera crítica la nueva distribución de la influencia política y la gobernanza.
De acuerdo con este planteamiento, no es que escandalice el que el partido en la Presidencia se haya hecho de la mayoría absoluta en el Congreso, sino de que obtenga la mayoría calificada, lo cual le permite realizar modificaciones a la Constitución y por ende, incidir directamente en la vida y destino del país y de millones de ciudadanos sin que haya un equilibrio.
En un país en el que la cultura democrática estaba en proceso de consolidación pese a la primera alternancia hace casi un cuarto de siglo, no es bueno que un solo partido tenga el control absoluto de las dos Cámaras y que esté a punto de someter al Poder Judicial, como ya lo ha hecho con el Legislativo.
No es saludable políticamente y no porque se trate de restar méritos al partido o coalición que obtuvo el triunfo en las elecciones -como diría Calderón “Haiga sido como haiga sido”-, sino de que todo ciudadano que se diga demócrata debe pugnar siempre por que haya equilibrios en el ejercicio del poder.
Dice un adagio que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente y hay numerosas muestras que lo confirman y que eso no se circunscribe a funcionarios o políticos de un solo partido.
No es un fenómeno que solamente incluya a los de derecha o de centro, pues los que se dicen de izquierda también han confirmado que pueden ceder a la tentación del poder y de los beneficios que implica su usufructo.
Lo impensable para todo demócrata se hizo realidad: Así como antes el PRIato tenía el control total de las instituciones y de los otros poderes, así es ahora aunque en condiciones diferentes que generan preocupación en muchos.
Antes, claro, los representantes y miembros del Congreso y de la Corte le tenían obediencia y le rendían cuentas al titular del Ejecutivo, pero cuando menos se guardaban las formas.
Ahora, el compañero Andrés Manuel ha hecho de las reformas constitucionales que quieren cambiar la forma de integrar el Poder Judicial una de sus principales banderas políticas, pese a estar en la etapa terminal de su gobierno.
Se busca, dicen sus opositores, someterlo para que se haga lo que se diga desde la Presidencia, aunque él ya no esté. Es una suerte de desquite porque hubo asuntos en los cuales la Corte no validó lo que el Presidente quería.
Y sí, sin duda que se requiere modificar el mecanismo para la integración del Poder Judicial porque hay un deterioro institucional que lleva años en proceso, pero también es cierto que no es posible alentar una reforma tan profunda teniendo en mente que los nuevos miembros del mismo estén ideológicamente alineados con el oficialismo.
El tema de fondo no es si urge o no una reforma al Poder Judicial o si los jueces, magistrados y ministros tienen una muy mala imagen como consecuencia de la indolencia, de la corrupción o de la falta de compromiso con los ciudadanos durante años de trabajo.
Lo que preocupa y origina una sensación de inquietud ante el futuro, es la manera en la que el compañero Andrés Manuel piensa que deben hacerse las cosas.
Es desde esa posición unipersonal, inflexible, radical y egocentrista -porque cree tener la razón-, que López Obrador propuso en la agenda política de final de su sexenio y prácticamente impuso como un punto de partida del siguiente gobierno federal, que el Poder Judicial sea conformado por personas que cubran un perfil básico, orientado a elegir mediante el voto al más popular, no al más capaz.
¿Cuáles son los riesgos? De entrada y como lo han advertido especialistas en Derecho, organismos de la sociedad civil, académicos y por supuesto, políticos, es que en esa elección participen individuos sin conocimientos, sin experiencia, sin criterios y por supuesto, que tengan ligas ocultas con grupos criminales que a través de ese mecanismo legitimen su llegada a una instancia de poder tan importante como es el Poder Judicial.
Para los defensores de la tesis de López Obrador expresar esa preocupación es alarmista y antipatriótico, pero quienes rechazan la propuesta de Andrés Manuel simplemente hacen valer su legítimo derecho a disentir y presentan argumentos para sustentar su negativa al planteamiento de elegir mediante el voto popular a jueces, magistrados y ministros.
La advertencia se han hecho desde dentro y fuera del país, desde muchos sectores y en particular, de quienes saben de leyes, de quienes conocen los excesos en los que incurren los gobiernos que tienen el control absoluto de las instituciones y de los factores de poder. Como ejemplos ponen los casos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, muy cercanos en este continente.
No se trata de estar o no de acuerdo con todo lo que piense, haga o deje de hacer Andrés Manuel, que a fin y al cabo ya se va y dejará el país ardiendo.
No se trata de discutir con quienes siguen pensando que López Obrador es el salvador de la patria y el único político impoluto en la historia del país.
Tampoco de enfrascarse en una disputa con sus seguidores -o fanáticos-, sino de ver las cosas con calma, con objetividad, con responsabilidad y despojados de ese irracional apasionamiento que consume a los inconformes perennes, que se exacerba cuando llegan al poder.
De lo que sí se trata es de poner las cosas en contexto y reconocer que lo impensable sucedió, que lo que ni los más febriles pensamientos de la izquierda radical de la segunda mitad del siglo pasado creyeron que sucedería algún día.
¿Fernández Noroña presidente de la Mesa Directiva del Senado? Pasa, porque de alguna forma representa a un sector de la izquierda. Radical, informada, fanática en el fondo, pero izquierda al fin.
¿Ricardo Monreal coordinador de los diputados? Bueno, en la historia siempre hay un aliado que hace de la ignominia un atributo que muchos admiran. El poder siempre necesita el servilismo para autocomplacerse.
¿El papel del Verde y del PT, muertos vivientes que siguen respirando gracias a su papel de rémoras del poder en turno? Bueno, eso no debería extrañar: Es una herencia del viejo PRIato, transformado hoy en un partido que supo bien cambiar de piel, aunque debajo de ella siga siendo el mismo cadáver de cual emana un tufo a putrefacción insoportable.
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