Anoche, la Lotería Nacional realizó un sorteo que para la mayoría no tiene algo extraordinario, pero que en el fondo merece ser comentado, valorado, reconocido: Fue en ocasión de celebrar los 105 años de doña Conchita Calvillo, viuda del Dr. Salvador Nava Martínez, sin duda el luchador social y demócrata más destacado del país en los últimos 70 años. ¿Por qué? Porque sencillamente jamás fue incongruente entre el decir y el actuar.

La historia política de México, especialmente su tránsito a la inacabada democracia, no puede entenderse sin el papel fundamental del Dr. Nava y de doña Conchita, su inseparable compañera de vida, de lucha, de alegrías y de tristezas.

Tuve la fortuna de conocer a ambos, convivir con ellos y por extensión, a algunos de sus hijos y nietos. Con Salvador, el mayor de todos, surgió una amistad entrañable, aleccionadora, formadora en muchos aspectos. Con Doña Conchita, hubo y hay la admiración por su fortaleza en los momentos más aciagos que vivió con el Doctor Nava desde sus primeros años de lucha en 1958.

Al Doctor lo conocí meses antes de iniciar su segunda campaña por la gubernatura de San Luis Potosí, en 1991. La campaña fue desigual ante un PRI omnipotente, soberbio, sobrado de recursos económicos y de poder. El Doctor, consumido silenciosamente por un cáncer, soportó los recorridos, los encuentros en comunidades rurales, el paso por carreteras maltrechas, las temperaturas extremas, el desdén desde el poder, pero apelando a la dignidad de las personas, su deseo por la democratización de todos los aspectos de la vida pública en México, la igualdad, la justicia social, el combate a la corrupción, la cercanía y solidaridad con los menos favorecidos. Todo lo que años después adoptó Andrés Manuel, pero sin la perversa intención de aprovecharse políticamente de eso, hay que decirlo.

Siempre vi a doña Conchita Calvillo junto a su esposo. Siempre juntos, siempre compartiendo ideales y esfuerzo. Eran dos ancianos -ambos pasaban de los 73 años-, cuando hicieron esa campaña, la primera en la que se experimentó con una alianza electoral entre la izquierda, la derecha y el sinarquismo (PAN-PRD-PDM), que fue cuestionada por los mismos y con los mismos argumentos de quienes ahora critican las alianzas políticas entre esas mismas fuerzas. Pese a la edad y a las limitaciones físicas que ello implica, los vi recorrer caminos, subir cerros, soportar el tedio de los viajes por carretera y ver las condiciones en que vivían miles de personas.

Cuando el Doctor murió, en 1992, doña Conchita tomó de manera natural el liderazgo del movimiento navista, que para entonces ya había inspirado a Andrés Manuel en sus marchas de Tabasco a la capital y quien comenzó a mimetizarse, aunque como se sabe, segundas partes no siempre son mejores. Doña Conchita se convirtió en candidata a la gubernatura en una elección extraordinaria, hace 30 años. Su papel era testimonial y una muestra de la resistencia al avasallador poder que tenia el bipartidismo PRI-PAN en México. Eran tiempos del todopoderoso Salinas de Gortari.

Como reportero viví y cubrí de cerca ambas campañas y lo que les siguió. Con ellos, conocí a muchas personas importantes en la vida política del país y pude constatar que al matrimonio lo movía un genuino desde de influir en el cambio de las condiciones políticas del país, a partir de principios como el respeto a la dignidad humana, la justicia social, el combate a la corrupción y la equidad en las oportunidades de desarrollo para la gente. No creían en los partidos, pero tampoco en los políticos que se sentían iluminados. No en eso de “quítate tú para ponerme yo”, ni en eso de tachar de enemigos a quienes pensaban diferente. ¿Les suena conocida la antítesis?

“Me dicen que soy una inconforme, pero Salvador y yo siempre coincidimos en que los inconformes son los que cambian la historia. Los que no están conformes con las condiciones de desigualdad que hay en México”, me dijo ella varias veces. Las conversaciones eran largas. Doña Conchita me regaló varios libros sobre el movimiento navista incluyendo un ejemplar de “La Grieta en el Yugo”, libro destruido por el PRIato de la época dorada, de finales de los años 50.

Cuando me enteré del sorteo de la Lotería Nacional fui a buscar un par de “cachitos”. No suelo hacerlo, pero me recordó un gesto que tanto el Doctor Nava como doña Conchita tenían con la familia y con los cercanos: Cada que un vendedor de billetes de lotería se les acercaba, compraban uno o dos billetes enteros y los repartían entre hijos, nietos, amigos y cercanos. Ya sé, puede parecer intrascendente, pero para mí sigue siendo algo significativo. Viví varias veces esa experiencia con ellos.

Doña Conchita cumplió 105 años y es un referente en la vida política de México, pero no esa que aparece en fotos y vídeos, en escándalos, con un protagonismo insultante. No quién tiene parientes que reciben aportaciones económicas a la causa en sobres amarillos.

Ni en poses mesiánicas de poseedores únicos de la verdad absoluta. Fue, después de su papel testimonial en la campaña por la gubernatura de San Luis hace 30 años, integrante de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai), que participó en las conversaciones con el EZLN, entre otras distintas actividades.

Actualmente, está registrada como candidata a recibir la medalla “Belisario Domínguez” que otorga el Senado mexicano cada año, por su contribución a la democratización del país, por su lucha cívica y por la figura emblemática de respeto que es en México.

Creo que es un acto de justicia y que con o sin medalla “Belisario Domínguez”, la gente debe conocer su historia y contrastarla con lo que vivimos ahora. Eso y no el enfermizo protagonismo de quienes han pervertido los principios humanistas e ideales democráticos que caracterizaron al navismo y del que abrevó Andrés Manuel, es lo que debe hacerse notorio en México.

Este día es ideal para reconocer el papel que mujeres como ella han jugado en el desarrollo social, político y económico del país.

abarloventotam@gmail.com

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