Ayer, el dirigente nacional de Morena, Mario Delgado Carrillo, planteó abiertamente algo que, en los hechos, los aliados de la autollamada 4T ya venían insinuando: La desaparición del Instituto Nacional Electoral (INE).

Con el argumento de que el organismo respalda a los opositores al régimen, Delgado hace eco de lo que tiempo atrás ha venido diciendo el Presidente López en contra del INE.

Numerosos actores sociales y políticos, académicos, intelectuales y empresarios han advertido recientemente sobre el presunto interés del titular del Ejecutivo federal, en acusar al INE de estar de lado de quienes no piensan como él.

La narrativa presidencial no es nueva, pues durante los muchos años que el ahora Presidente López militó en la oposición, siempre se le vio y escuchó inconforme con las decisiones del Instituto.

Esa oposición sistemática de López Obrador se potenció y ahora, ya en la Presidencia, se ha fortalecido al grado de que su discurso es virulento, muy agresivo en el fondo y apabullante en el uso -y abuso- del poder que proporciona la investidura.

No son pocas las voces que alertan sobre la posibilidad de que a través de personeros de diversa índole  (antier un empresario de la mafia del poder, ayer un dirigente partidista afín) han dicho que el INE debe desaparecer y dando sus muy personales razones, abonan a la estrategia de erosión de la imagen.

El objetivo es claro: Procurar desgastar la imagen del INE, arrojar sombras de sospecha sobre su actuación e instalar una narrativa que ha funcionado a la autollamada 4T, acusando de corrupción, de traición y de obstaculización a todo aquel, individuo o institución que no comparta los puntos de vista, el sentir o el pensar del Presidente.

El INE surgió como consecuencia de la participación que tuvo la sociedad civil para impulsar la creación de un órgano autónomo de carácter ciudadano, que fuera el responsable de la planeación, organización y realización de las elecciones, quitando así una atribución que durante décadas mantuvo para sí el Estado mexicano y que se prestó a manipulación por el evidente control gubernamental sobre la institución encargada de realizar los comicios. El ejemplo más escandaloso de esto fue la famosa caída del sistema, cuando la Secretaría de Gobernación organizaba las elecciones en 1988.

Cosas de la vida y la incongruencia: el titular de esa dependencia que facilitó la llegada al poder de Carlos Salinas mediante lo que la izquierda siempre consideró un fraude electoral era Manuel Bartlett Díaz, hoy director de la Comisión Federal de Electricidad, personaje cercanísimo y muy protegido por el presidente López.

Defender al INE de los embates políticos del nuevo régimen es una obligación moral y de simple sentido común. Si la sociedad civil permite que el Congreso controlado por Morena presione para tratar de desaparecer al organismo, retrocederemos más de 30 años en la vida política y democrática del país.

¿Por qué defender al INE? Porque durante décadas la oposición de izquierda y de derecha lucharon por lograr avances en la vida democrática, poniendo a México como un ejemplo de cambio en los modelos de elección a nivel global.

Y, sí, aunque es perfectible, es reconocido internacionalmente por la seguridad y la transparencia con que los consejeros ciudadanos del INE trabajan de manera institucional, siendo garantes de la legalidad y corrección en la realización de elecciones en México.

Defender al INE es también reconocer la responsabilidad con la que ciudadanos y diversos actores sociales asumen la tarea de cumplir con un deber cívico, para coadyuvar en la instauración de un régimen democrático que respete las libertades y promueva la participación libre de los electores en cada proceso.

El instituto es objeto de una campaña mediática de linchamiento que tiene nombres y apellidos, intereses muy definidos y la aviesa intención de manchar la reputación de los consejeros ciudadanos, del propio organismo y de quienes durante años han colaborado para fortalecer su prestigio.

Si cae el INE, uno de los últimos valladares al autoritarismo y la intolerancia política, las cosas en el país van a cambiar y no precisamente para bien.

Habrá a quienes gusten o no las decisiones que se toman en el seno del Instituto Nacional Electoral, pero eso no debe influir para que desde el poder se le quiera dañar, difamar y hasta desaparecer, todo porque hay quienes pretenden tener un control absoluto y regir a su estilo la vida democrática del país como la hemos conocido en los últimos 30 años.

Usted, ¿qué piensa? Espero sus comentarios.

abarloventotam@gmail.com

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