Tras conocer los resultados de las elecciones para renovar las gubernaturas del Estado de México y de Coahuila, inevitablemente hay que plantearse la pregunta sobre la situación del ex todopoderoso PRI y buscar dilucidar las dudas de quienes creen que va de salida.

¿Quién podrá ser capaz de detener su caída? ¿Es posible que se recupere en condiciones mínimamente aceptable para dar la batalla en solitario en los comicios del próximo año?

Al PRI le ha ido muy mal en los últimos años, no sólo en elecciones federales sino también en las locales, que es en donde se mide el pulso directo de la ciudadanía y en donde los electores calificación a los gobiernos emanados de los partidos.

La caída del PRI es tan alarmante para los viejos priístas, esos que se quedaron y mantienen su lealtad por encima de oportunidades coyunturales, que en este momento creo que su situación es más lamentable para ellos que para otros como el PRD.

La pérdida de votos de Revolucionario Institucional es solamente parecida a la del PRD que terminó por desfondarse con la pérdida de su registro en ambas entidades, en donde no alcanzó el 3% de la votación que la ley exige para seguir recibiendo sus prerrogativas.

Contra lo que muchos quisieran, no creo que el PRI esté en el umbral de su desaparición, porque para bien o para mal, su forma de hacer política se metió como la humedad en las paredes en la cultura popular, en la manera en que los políticos tradicionales de este país se formaron y es la inspiración que mueve la actuación de muchos otros que mutaron de sus ideales revolucionarios e institucionales a los progresistas que ahora dice representar Morena.

Las alianzas que ha formado en elecciones estatales y municipales, así como en las federales recientes le han permitido al tricolor ganar oxígeno, mantenerse a flote y dar los suficientes argumentos como para evitar asegurar que está en proceso de desaparición.

Su declive es incuestionable, su desgaste es inexorable, la desconfianza ciudadana en la marca partido es irrefutable, pero también su manera de irse adaptando a los tiempos marcados por evoluciones de siglas, de colores y hasta de concepciones ideológicas.

El PRI no es el PRD, aunque éste se haya inspirado en el ala progresista del viejo tricolor. El PRI no es el Verde, aunque sus fundadores y actuales usufructuarios provengan del prehistórico partido de raíces revolucionarias. El PRI tampoco es el PT, fundado por un dizque izquierdista ligado al priísmo salinista y controlado desde hace más de 30 años por el mismo siniestro personaje.

Y no, no se trata de una alabanza al tricolor, culpable de muchos de los males que aquejan a la sociedad mexicana, como el enanismo político o la castración ideológica de generaciones de mexicanos que no pudieron o no quisieron hacer lo necesario para sacarlo del poder durante casi todo el siglo pasado.

Se trata de plantear las cosas y pretender encontrar un diagnóstico lo más cercano posible a la realidad: Si el PRI desaparece, los viejos priístas no deben preocuparse por lo que pudieran llamar “su legado”, pues al fin y al cabo algunos de sus principios ideológicos de justicia social, muchas de sus nocivas prácticas de hacer política, numerosos rasgos de la personalidad de sus figuras más emblemática y nocivas – Bartlett, por ejemplo- y hasta en cómo alentaba el surgimiento de partidos satélites -los desaparecidos PPS, Frente Cardenista, PARM- que la hacían de comparsa para legitimar elecciones previamente arregladas.

A tono con lo que sucede en el país, en lo personal no creo que el tricolor vaya a desaparecer como tal, sino que su opción más cercana es la transformación -palabra de moda-, en un instituto político que quizá tenga una nueva piel, copie alguno de sus colores y hasta parte de su plataforma ideológica, una que tenga un viraje más hacia las necesidades de los ciudadanos. Volver al origen, vamos.

Por ahora, ¿quién detiene la caída del PRI? Quizá solamente su participación en la Alianza por México, ese ente en el que se ha unido con el PAN y el PRD, a quienes Andrés Manuel ha endilgado los peores calificativos, en una risible paradoja de ver el ojo ajeno y no la paja en el propio, parafraseando los pasajes bíblicos que ha usado antes López Obrador.

¿Será capaz el PRI de reponerse y ser una opción competitiva por sí misma en 2024? No, definitivamente no. El proceso de erosión de su imagen se aceleró después del triunfo de Andrés Manuel y ha continuado sin parar. Solo haber retenido la gubernatura de Coahuila le da cierto aire, pero no es suficiente para que regrese en un año por lo perdido.

Le quedan pocas opciones, pero una de ellas -la de su transformación- puede ser una oportunidad de revivir, de surgir como un nuevo partido evolucionado y de -por más absurdo que parezca- arrebatarle el mercado electoral a Morena, que en seis años más estaría enfrentando un escenario diametralmente diferente al actual, en el que todavía goza de los beneficios de tener un Presidente todopoderoso, pero falible.

AMÉRICO, A UN AÑO DEL TRIUNFO

Ayer se cumplió un año del triunfo de Américo Villarreal Anaya en las elecciones pare renovar la gubernatura de Tamaulipas.

El entonces candidato de la coalición Morena-Verde-PT ganó en forma contundente y contra los deseos de un gobernador empecinado en llevar al terreno personal, las disputas que debieron ser meramente políticas.

Por eso, ganar hace un año fue más que meritorio para Américo, porque se sobrepuso a todo tipo de artimañas legales y políticas. Y a ocho meses de iniciar su gestión, se notan cambios y un proceso gradual de modificación en la forma de atender a los ciudadanos.

abarloventotam@gmail.com

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